Las profundidades de la tierra guardaban historias que habían sido cinceladas con esfuerzo, sudor y sacrificio. Aquel día, el aire pesado y el eco de nuestros pasos nos guiaban hacia el pasado mientras recorríamos las minas de mercurio. Nos recibía Candi, nuestro guía, un hombre cuya voz parecía resonar con las memorias de generaciones que habían dedicado su vida a esos pasadizos oscuros.
Mientras nos conducía por túneles angostos, su relato cobró vida. Contó cómo su abuelo, su padre y ahora él mismo habían respirado el mismo polvo y sentido el mismo peso de la labor. Sus palabras no eran solo datos; eran testimonio del sacrificio que exigía la mina. Nos mostró las herramientas gastadas por el tiempo, las vetas de mercurio incrustadas en la roca, y habló de jornadas extenuantes donde el esfuerzo del hombre chocaba con la necesidad de subsistir.
Pero más allá del trabajo físico, había otra historia que pedía ser contada: la de aquellas mujeres que sostenían el hogar en la ausencia de sus esposos, hijos y padres. Eran el pilar silencioso, el resguardo en la incertidumbre, la fortaleza que mantenía unidas a las familias a pesar de la distancia y el peligro. No solo esperaban el regreso de los mineros; ellas también trabajaban, administraban, cuidaban, y en su manera, soportaban el peso de aquella mina.
A medida que avanzábamos en el recorrido, la historia se tornaba más clara: no se trataba solo de un oficio, sino de una vida compartida entre el sacrificio del hombre y la resistencia de la mujer. Dos caras de una misma moneda, unidas por la certeza de que, aunque la mina reclamaba su tiempo y su esfuerzo, la familia seguía siendo el lazo indestructible.
Al salir al aire libre, el sol iluminó nuestro camino, pero dentro de nosotros aún resonaba el relato de Candi y de aquellos que habían caminado por esas mismas galerías décadas atrás. Aquel paseo no fue solo un recorrido por las entrañas de la tierra, sino un viaje hacia la memoria de quienes hicieron de la mina no solo su oficio, sino...
Read moreAntes de ver el parque 2 cosas! ( la visita sin lectura de la mina dura 2 horas y media.
Me da tristeza decir esto, pero me parece una auténtica vergüenza que un sitio Patrimonio de la Humanidad necesite de una reserva mínima de personas para abrir sus puertas. Podría hacer una o dos sesiones por turno/día. El Ayuntamiento, sobre quien recae la subvención del sitio en su mayoría, erra y desvía fondos en eso que le compete. Cierran un día, como es razonable y entiendo que no atiendan el teléfono, pero te presentas al día siguiente a primera hora, después de dos horas de camino en coche con tus padres, al no tener reserva ( por no haber posibilidad de hacerlo ni por teléfono ni por internet al ser sólo tres personas) y al llegar lo encuentras cerrado y sin pensamiento de abrir en todo el día por no llegar a 10-15 personas. Todo ello informado por teléfono in situ por un hombre muy amable, todo hay que decirlo. Si tenemos en cuenta el reconocimiento internacional de las minas y su status me parece, reincido, deleznable la gestión del Ayuntamiento. Podría entenderlo en un bien de interés cultural o sitios donde la demanda y la repercusión sean inferiores pero ¿en un Patrimonio de la Humanidad? ¿Para qué se supone que aplican una solicitud que no tienen medios, intención o posibilidad de atender? Somos una potencia turística mundial y en el sector servicios, pero en ese marco de excelencia este sitio de interés, por la nefasta gestión, queda enmarcada más bien en un reflejo de un país...
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