Entrar en Casa La Madrid es reencontrarse con una verdad que parecía perdida: la de una cocina honesta, sin artificios, que pone en valor el producto sin maquillajes ni atajos. Cada plato llega a la mesa con la naturalidad de lo bien hecho, con esa maestría que solo se alcanza cuando hay oficio, respeto por la tradición y un profundo conocimiento del sabor.
El servicio acompaña con una profesionalidad extraordinaria, de esas que no se notan porque fluyen, pero que sostienen cada momento de la experiencia. La puesta en mesa es elegante sin ostentación, cercana sin exceso, y convierte la visita en un viaje a un tiempo donde la hospitalidad era un arte.
El cocido lebaniego merece capítulo aparte: recio y generoso, con esa potencia que reconforta el cuerpo y el alma, pero al mismo tiempo equilibrado en cada vuelco, dejando que los garbanzos, las carnes y la sopa se expresen con nobleza. Es un plato que resume la esencia de la comarca, herencia de siglos de montaña y de trabajo duro.
Los quesucos del país, presentados con sencillez, despliegan toda la diversidad de una tierra que ha hecho del queso un emblema: curados y frescos, con matices que van de lo suave y cremoso a lo recio y profundo, siempre auténticos, siempre ligados al paisaje.
Y qué decir del solomillo al punto, procedente de la propia ganadería de la casa: una carne de una terneza difícil de describir, que literalmente se deshacía como mantequilla en boca. El sabor era limpio, intenso y a la vez delicado, una demostración de que la excelencia empieza en el origen, en el cuidado del animal y en el respeto por los tiempos.
Tuvimos además la fortuna de charlar con la cocinera, que no se deja ver con facilidad. Fue un regalo inesperado, un auténtico chute en vena de sabiduría popular y de sentido común, de esos que reconcilian con lo esencial. Hablar con ella es escuchar la voz de la comarca, la raíz misma de Liébana, tierra de ensueño que en Casa La Madrid se destila en cada plato y en cada palabra.
Y todo ello disfrutado desde la mesa de la terraza, con unas vistas privilegiadas al valle que multiplican la experiencia y hacen que cada bocado tenga también el sabor del paisaje.
Un lugar de los que ya no quedan, donde el tiempo parece detenerse para recordarnos que la autenticidad aún existe, y que el sabor de Liébana late con fuerza en esta casa que...
Read moreThe food was fantastic. The choice of dishes is simple but everything we had was really delicious including the boar. The salads, something that gets overlooked in many mountain restaurants were very good and could carru their own. The tomatoes in the ventresca salad were juicy and flavorful in a way I forgot was possible. You can skip the dessert. The views from the terrace were lovely and the prices unbeatable I would...
Read moreLugares para regresar. Un pueblo precioso, un restaurante emblemático que se ha ganado su espacio tras años de cocina confiable, tradicional, impecable, sin sobresaltos, basada en la sabiduría tradicional, la personalidad y la excelencia de las materias primas. Todo aderezado con unas vistas espléndidas al Valle de Liébana y a los Picos de Europa, que abrazan su terraza-mirador sobre el valle. En la última visita familiar, ese cocido lebaniego con una pequeña "herejía" sobre la receta tradicional (la utilización de cecina) que le aporta un gusto particular y exquisito, la chuleta, tierna como mantequilla, procedente del propio ganado, con sabor y punto de auténtico lujo. Y ese flan de queso como remate, auténtico manjar y buque insignia de la carta.
La atención es cercana, familiar, exquisita, se cuidan los detalles, se agradece la pulcritud, la tranquilidad, la naturalidad.
Es una apuesta segura. Para volver, todavía con...
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