Estaba en obras el restaurante y habían montado un servicio exterior, el personaje que atiende el bar, es eso, un personaje, uno de esos seres de luz que te transmiten buen rollo y te hacen sentir bien. Me comí, un enorme pincho de tortilla de patatas con cebolla de unos cuatro centímetros de grosor, riquísima con pan del que hacen los panaderos, no masa congelada. El personaje en ciernes me dijo que era de Fuenlabrada, lo cual acepté a sabiendas que era evidente que sus orígenes eran de ultramar, pero también me gustó que afirmase orgulloso su españolidad. El tipo acariciaba la semántica de su verbo de forma rápida y armoniosa, un crack, me alegró encontrarle en ese tramo del camino, en mi viaje de Poniente a Oriente. En el lugar había cientos de camiones y 16 surtidores de carburante, un punto de reunión de los muchos Quijotes y Sanchos que atraviesan con sus quinientos caballos, el estepario suelo de las Castillas y por ende de esta nuestra Insula Barataria. El famelico equino y la vieja adarga, se habían quedado en el pasado y los brillantes y enormes monstruos que surcaban las carreteras eran testimonio de un tiempo que un día también será viejo.