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Llegué con hambre. Salí con historias. Y un trauma.
La fachada ya te da pistas: un cartel con luces que parpadean como si estuviera mandando mensajes en morse (“huye”, probablemente) y una pizarra que pone “Menú del día: sorpresa”. Spoiler: la sorpresa es que no hay menú. Ni día.
La puerta chirría al abrirse, pero no como las normales. No. Aquí chirría en tono de Mi bemol, perfectamente afinado, como si fuera parte de una orquesta invisible. Dentro, la decoración es una fusión entre “bar de carretera de los 80” y “sala de espera de dentista con presupuesto creativo”. Hay plantas de plástico que ya están muertas, un reloj que va al revés y un cuadro de una vaca sonriendo. Todavía me pregunto si es un retrato del chef.
El camarero aparece como un personaje secundario de una serie de humor británica: camina con una bandeja que tiembla más que su voz al decir “¿qué le pongo?”. La carta es un folio arrugado impreso en Comic Sans y plastificado con celo. Entre las joyas gastronómicas:
“Ensalada de lo que haya” (efectivamente, había garbanzos y una aceituna).
“Hamburguesa misterio” (la carne estaba tan perfectamente redonda que creo que fue impresa en 3D).
“Paella exprés” (el arroz todavía estaba decidiendo si cocerse o no).
Pedí una Coca-Cola y me trajeron una marca llamada “Cola-Loca” en botella de cristal. En la etiqueta había un delfín. No pregunté.
La comida llegó en un tiempo récord… porque creo que nunca salió de la nevera. Mi “pizza de la casa” tenía una forma que desafiaba la geometría: un triángulo, un cuadrado y un borde que parecía un mapa de Croacia. El queso estaba tan unido a la base que si intentabas cortar un trozo, levantabas la pizza entera como una tapa de alcantarilla.
En medio de la comida, se fue la luz. El camarero gritó: “¡Plan B!” y trajo velas… de cumpleaños. En mi mesa, tres velas del número 7. No sé si era una señal o una profecía.
La cuenta llegó dentro de un sobre cerrado con un clip. Me la entregó con una reverencia y dijo: “Gracias por jugar”. No estoy seguro de si era un restaurante o un escape room.
Conclusión: No es un lugar para comer. Es un safari gastronómico. Una aventura que pondrá a prueba tu sentido del humor, tu estómago y tu fe en la humanidad. Si sobrevives, ganarás respeto eterno… y quizás un diploma imaginario.
“No fui a cenar. Fui a vivir una comedia en 4D, con la participación especial de...
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Desde el momento en que entré, supe que iba a ser una experiencia… distinta. El letrero decía “La Travesía Gastronómica: Cocina de autor”, pero creo que el autor en cuestión era un novelista experimental que odiaba la coherencia.
La decoración era un cruce entre la casa de mi abuela, un café hipster y un set de Star Wars. Había sillas que no combinaban entre sí, una bicicleta colgada del techo y un cuadro de un gato vestido de Napoleón que me observó todo el tiempo con desaprobación.
El camarero se presentó con un monóculo (sí, un monóculo) y me dijo: —“Aquí no tenemos carta, tenemos experiencia sensorial.” Yo pensé: “Ah, perfecto, me van a dar comida, no acertijos.” Error.
Primer plato: “Sopa conceptual de aire con esencia de zanahoria”. Básicamente, un cuenco vacío. Me dijeron que debía inhalar el aroma y “sentir el recuerdo de la zanahoria en mi alma”. Lo único que sentí fue hambre.
Segundo plato: “Ensalada deconstructiva”. Era un pepino entero, sin cortar, al lado de una hoja de lechuga en un plato cuadrado. El chef, con voz solemne, explicó que “representaba la lucha entre el orden y el caos”. Yo solo veía una ensalada que no quería cooperar.
Tercer plato: “Pasta al silencio”. Efectivamente, era un plato vacío otra vez. El camarero me susurró al oído: “Es para que reflexione sobre el espacio que ocupa la comida en su vida”. Yo reflexioné… y concluí que ese espacio estaba vacío, como mi estómago.
Para beber, pedí agua. Me trajeron un vaso medio lleno de cubitos de hielo y dijeron que era “agua en estado transicional, símbolo de la impermanencia”. La impermanencia fue la de mi paciencia.
El postre fue lo mejor: “Helado invisible de vainilla”. Era, literalmente, un cono vacío. Me aseguraron que la vainilla estaba “en la dimensión de las ideas”. Me fui con la idea de que necesitaba una hamburguesa real urgentemente.
En conclusión: si quieres comer, no vayas. Si quieres vivir una experiencia surrealista, filosófica y salir con hambre, es tu sitio. Mi estómago le dio 0/10, pero mi espíritu dramático le da un 10/10 por material...
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Comida exquisita, fuimos dos veces en una semana y la primera fue espectacular, ya que la comida es casera, de calidad y con un servicio inmejorable por parte de la camarera (creo que se llamaba Carol) nos tenía a todos bien atendidos sin esperas y con una educación exquisita, la excelencia en persona, a pesar del lastre de su "compañero" o (no sé quién sería, pero si fuera mi negocio, estaba de patitas en la calle) claro, me lleva a pensar que será algo de los dueños, ya qué si fuera el dueño sería algo lamentable, el propio dueño lastra su negocio. Los salones llenos y el señor molestando, contando su vida (que más nos da que tengas dos casas👻) queremos comer y a ser posible sin chisme que les cuentas a los parroquianos y en alto para que los oigamos todos los comensales, y tú compañera a las prisas y el "señor" de guay. Pufff... si me estaba poniendo a mí de mala leche no quiero pensar como estaba la muchacha (Carol) con este ser de lastre, ni cobraba, ni ponía café, ni comandaba, ni ná... Vamos un figura. Volvimos cuatro días después, adiós gracias el figura no estaba, Carol tampoco, pero había otra camarera y comimos de lujo y el servicio también fue decente. Así que repetiremos, mi más sincera enhorabuena a las mag@s de la cocina que manos!!! Sii... Gracias a esas cociner@s y a las dos camareras por el trato recibido tan profesional. Volveremos sin ninguna...
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