Lo que parecía un viernes cualquiera terminó convirtiéndose en una experiencia más traumática de lo que jamás hubiera imaginado. Aquel día, mis leales siervos (un biciclero y los infames folladores de la pradera) y yo decidimos aventurarnos en el legendario restaurante Pincheton, también conocido en los bajos fondos como el “antro de putas” (con cariño).
Vestido con mis mejores galas —un elegante tanga de leopardo, digno de la ocasión— nos adentramos en el local. Los asientos, tallados en una sospechosa mezcla de pino y nogal, nos recibieron con su afilada hostilidad. La mesa, hecha de oac tree (un tipo de madera inventada por Lucifer, sin duda), se encargó de incrustar sus astillas en mi noble prepucio.
Intentó unirse a nosotros la intrépida Sr Huertos, pero su acceso fue impedido por una bestia: una obesa de pelo azul, imponente como un muro de Game of Thrones. El camarero, digno rival del jorobado de Notre Dame, nos recibió con amabilidad encorvada y una joroba que parecía esconder secretos de siglos.
La comida… oh, la comida. Platos rancios, asquerosos y con más historia que sabor fueron servidos sobre nuestra sufrida oac tree. Aquel banquete putrefacto fue el inicio de una batalla épica. Uno a uno, mis compañeros enfrentaron su destino. Mario, vencido por el hambre y traicionado por la silla, cayó en combate. La silla no pudo soportar su poderosa musculatura de titán.
Pero lo peor estaba por llegar. Cuando creíamos haber superado el reto, apareció el último y más temible enemigo: la cuenta (o “la dolorosa”, como la llaman en los cuentos de terror). Se la pedimos amablemente al jorobado, y lo que nos entregó fue un dragón furioso que devoró sin piedad nuestro bolsillo. Mateo, desbordado por la magnitud de la bestia, solo pudo recurrir a la ludopatía para sobrellevar el trauma.
Finalmente logramos escapar con vida, el biciclero y yo (aunque el pobre tuvo que hacer penitencia recorriendo 150 km en bici). Tras la carnicería, solo pude encontrar consuelo en cinco conos de helado stracciatella con extra de sirope… pero esa es otra historia....
Read moreFuimos hace como siete años, cuando se buscaba restaurante a ojo o por recomendaciones de conocidos, estaba y está en un lugar un poco raro para un restaurante, hay que bajar escaleras ya que es un sótano, además se encuentra en una calle corta que comunica dos calles importantes de Zamora, calle San Torcuato y Santa Clara, el día que llegamos olía el local todavía a pintura y no había mucha gente estuvimos a punto de hecharnos para atrás, menos mal que no lo hicimos, nada más llegar nos invitaron a unos entrantes muy ricos y a las cervezas de nosotros dos los pequeños tomaron agua, después pedimos cada uno un plato de pasta diferente y una pizza después unos profiteroles y una panaccota todo estaba riquísimo no habíamos probado nunca una comida italiana tan rica, nuestro hijo mayor quedó marcado por esos sabores y ese restaurante, este verano nos fuimos a visitar Portugal y al volver casa nos pillaba bien Zamora y quisimos volver a repetir a ver si habíamos sobrevalorado la experiencia y la verdad es que sigue siendo una maravilla y el mejor en el cual hemos comido, pillamos una ensalada César que para una persona ya es muchisimo, después un plato de pasta cada uno de mis hijos, una pizza un queso al horno y de postre unos profiteroles y un tiramisu, riquísimo todo parece que no estaban los dueños a la cocina ese día, un miércoles que estaba con mucha gente, pero el sabor sigue siendo el mismo...
Read moreIt's a shame to call that food Italian. The Bolognese was just industrial tomato sauce with minced beef, nothing of it had anything to do with a Bolognese. That probably took 5 minutes to cook. The mussels pasta was blend, didn't have much sauce and the mussels were tasteless. Furthermore, you can not even order a wine glas, you have to take a whole bottle, plus they don't even let you try the wine before getting it and they don't pour it in your...
Read more