Qué extraño, ¿no? El edificio quiere decir una cosa, pero aquello que contiene demuestra otra muy distinta. Esa carcasa, que un día fue una tabacalera, relata en sus paredes, como hacían las cuevas de Altamira o las pirámides egipcias, la historia de un pueblo. No de un pueblo cualquiera, sino del imponente y poderoso pueblo ruso. En cambio, dentro del edificio, no hay nada perteneciente a este en el lugar. Abierto al público, el Museo Ruso sólo genera confusión a los visitantes forasteros. Al entrar, uno se encuentra en una gran blanca antesala, que parecería aséptica si no fuese por dos grandes estructuras, que se erigen formadas por vigas de madera coloridas las cuales recorren la estancia con sus rígidas formas, que recuerdan a la mente de un soviético. La primera persona en saludar es un señor de unos 40 años, robusto y con un bigote decorando su rígida cara, ataviado con un uniforme de Guardia de Seguridad un tanto inusual, debido al revólver que le asoma en el cinturón, el cual estaba decorado con gran cantidad de cartuchos. Este, hace pasar las mochilas y bolsos por un escáner, acción que hace sentir al individuo que está al principio de un viaje, a punto de iniciar un vuelo hacia San Petersburgo. Avanza por la blanca sala. Sube las escaleras mecánicas, que tienen a sus lados imágenes de representativos monumentos del país. Llega arriba. Lee en las paredes sobre historia de esta patria, Figuras como Pedro El grande, Nicolás I o Lenin. Fechas como el domingo rojo o la desaparición de la URSS. Todo indica en una sola dirección. El visitante, de pronto, encuentra de frente una gigante fotografía de un hombre cano con grandes entradas, de tez morena, con surcos hendidos por la experiencia y con una camiseta de rayas. Su mirada cuestiona todo aquello que ve, como la de aquel que sabe una alternativa válida hacia una pregunta complicada. Se trata de, ni más ni menos, que del autóctono Pablo Picasso. Sin duda, una figura legendaria en la historia del arte, pero que poco tiene que ver con la atmósfera que genera la narrativa del lugar. El transeúnte se muestra contrariado por lo que pregunta a una joven trabajadora del centro sobre las exposiciones habituales.-Lo siento, me temo que por ahora, debido a la situación del momento, no se podrán traer cuadros ni otras obras de arte de Rusia.— Dijo la chica. Tras la primera puerta, el espectador se sumerge en un laberinto de galerías. Estas divididas en salas que, mediante los distintos cuadros, deforman cada una una idea mediante la abstracción de aquello que se percibe a simple vista. Mujeres hechas solo de triángulos y curvas, bodegones que solo son visibles si se desenfoca la mirada, manchas de tinta que ocupan huecos específicos para que aquello que está vacío cobre forma y vida, o toros garabateados en las páginas del ‘ABC’. Una exposición extraordinaria. Aunque aquello pueda ser a simple vista parecido, quita el sabor de boca a vodka y ‘Strogonoff’, que sugirieron en esas salas pintores como Kandinsky o Chagall en tiempos pasados, para sustituirlo por un olor a mar, sardinas y leña quemándose, y si se apura, a la esencia de un croissant parisino recién hecho. Ni una sola obra. Ni una mención a algún autor o pintor del lugar. Ni un panel de información posterior a la anecdótica entrada, que te hable del arte ruso. Ni una bandera del país que da nombre al museo. Toda esta cultura, que abarca más de medio milenio, es desterrada de su propio templo por un conflicto bélico, que hay quienes intentan argumentar aun teniendo más de medio mundo su contra, y que poco le pega ya al mundo desarrollado de hoy en día. Lo realmente preocupante es el hecho de que esta situación no parece que vaya a cambiar de aquí a corto plazo porque, al final ,el ansia de poder siempre prevalece sobre la belleza y el arte. Es por ello que así queda esta gran Matrioshka que, en vez de tener dentro a sus pequeñas iguales, contiene un soldado Madelman, introducido...
Read moreDue to the Ukraine war - this museum does not have access to the pieces it normally has. As such - change your expectations. When visited - it had 2 small exhibits and one larger one. For the two smaller exhibits, they were photography which were reasonably interesting but takes around 10-15 minutes in the main foyer. The larger exhibit consists of painting and historical documents from a major private collection. They are reasonable - but looks a bit sparse over the large area. The paintings were not my cup of tea - but there were what seemed to be some interesting original documents (including a private letter from Stalin). Most people will probably find the exhibit as a whole a bit lackluster. This is of course not the fault of the exhibitors - who can't control...
Read more2 out of 5 – disappointing customer service. Our first visit was cut short as the museum was unexpectedly closed due to technical issues. Unfortunately, this wasn’t communicated on the website or Google Maps, only on Instagram. Understandable things happen, but when I asked if my mother could use the restroom, we were told no. That felt unnecessarily unkind.
On our second attempt, we finally got in. The exhibition was interesting, but the overall experience was let down by staff behavior. Out of nearly ten employees, only the team collecting surveys engaged with us. The rest were indifferent and unfriendly.
That said, if you’re nearby, it’s still worth a visit, especially if you pair it with a beach walk. Just go in with low expectations for...
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