Una de las peores experiencias gastronómicas de mi vida, sorprendente para un lugar que se vende como de los mejores, y con precios de los Alpes suizos. La atención es, básicamente, de ganadería. No hubo un solo mozo, entre los ocho que había, que fuera capaz de decirte un simple "Hola". Te trataban como si quisieran que te fueras. Una hora y media de espera entre que trajeran un dado de madera con el QR, te respondieran si había tal o cual manjar, en una carta sumamente rudimentaria y escueta de propuestas, y llegara el pedido, que fue en cuotas, olvidándose de cubiertos, azúcar, o lo que se les ocurriera. No fue sólo a nosotros. Todas las mesas alrededor quejándose de lo mismo, mientras los mozos repetían sin cesar "disculpas por la demora" y "disculpas por la confusión", equivocándose en casi todos los pedidos. Cuatro veces tuvimos que pedir la cuenta porque se olvidaban de traerla. En cuanto a lo que llegó, el cappuccino parecía un té negro con canela, el sándwich de pan recalentado, y el roll de canela tenía todo menos sabor a canela, además de tener que cortarlo con la mano porque era eso o usar el cuchillo de hacha. Observamos el resto de diferentes pedidos y las porciones parece que fueran un menú infantil a precios desorbitados. El lugar estaba lleno, pero no es excusa para semejante nivel paupérrimo de atención, que arruina completamente la experiencia, siendo que había suficientes mozos para que se organicen como es debido. No quiero pecar de boomer, pero los jóvenes están cada día más absortos en un punto de colores en la pared, hay un problema en las contrataciones o se nota demasiado la precarización laboral. No los recomiendo para nada, y mucho menos para una cita o como disfrute de una experiencia gastronómica.