Es muy difícil ser justo, cuando un restaurante está en su máximo rendimiento. El local estaba completamente lleno (buena señal). Las vistas (el mar a muy pocos metros) inmejorables. El tiempo de espera, de corto a moderado, teniendo en cuenta el aforo del momento. A juicio del que reseña, el atrezzo algo demasiado exagerado (salvaplatos de mimbre incómodos, cartas de madera con palomitas metálicas, que hacían incómoda su lectura) en resumen, se apreciaba un exceso, con la mejor intención de darle un toque marinero ( accesorio, tratándose de un restaurante que casi está en el agua). En cuanto a la comida, perfecta, aunque si merece alguna crítica (modesta y constructiva), le faltaba un punto de sal a la paella, pero muy buena. Uno de los postres, el coulant, no estuvo a la altura debido al interés superior por la presentación en lugar de la experiencia al degustarlo: al colocar la bola de helado sobre el coulant, éste se enfrió y no derramó el chocolate fundido, como si de lava se tratara, perdiendo lo atractivo de la experiencia. En mi opinión la bola de helado, debería haberse servido separada, aunque en el mismo plato (como en las inmensa mayoría de los restaurantes). Sin embargo el resto de platos resultaron exquisitos, por lo que nos llevamos un grato recuerdo. El precio justo, tratándose del lugar, la calidad y el día. Ah! Absténganse de acudir con vehículo privado, puesto que el tráfico y el estacionamiento están prohibidos el fin de semana.