Bodega La Andaluza

Tarde del domingo 9 de julio. Solo dos mesas ocupadas más otra en la que comía una camarera. La barra, vacía. Termino el segundo plato. Llamo a la camarera. Se había puesto de espaldas a los clientes y estaba plácidamente charlando con una compañera de la barra. Ni caso. Segunda vez, tampoco. Tercera, idem. Insisto una cuarta, como si no existiera. Viendo mi desesperación, la camarera que estaba comiendo en la sala decide llamar desde su mesa a su compañera: "¡Judith!". No hay respuesta. Insiste una segunda vez. Lo mismo. Desesperada la llama una tercera: "¡Judith, que te está llamado este señor!". Igual, de espaldas a los comensales seguía a lo suyo, como si no hubiera clientes ni personas en el local. Los clientes de la mesa de atrás (insisto, solo había dos mesas con clientes) miraban anonadados el vergonzoso espectáculo. Al final, tras una cuarta llamada de su propia compañera, la octava en total, decide volver la cabeza, girar la mirada hacia donde estaban los clientes y acudir a mi mesa. Sin pedir disculpas, por supuesto, ya que para ella debe ser de lo más normal que una compañera la tenga que vocear para que acuda a atender a un cliente. Francamente, para esto es mejor el sistema del MacDonalds. Acudes a una maquinita, sacas un numerito y un único camarero te sirve la comida. Te ahorras dar voces, puedes estar tranquilamente en la cola leyendo el móvil hasta que te atienden... Todo, menos tener que pagar, y no poco, por un servicio que una señora camera no te da. Todo, menos no ser considerado ni como persona ni como cliente.