En medio del tráfago constante de esta glorieta con un nombre indicativo de a dónde se va o de dónde se viene, está la Gloria. Nadie parece darse cuenta de ello, pero así es. Los funcionarios municipales que dan nombre a todo lo que muestran los planos no se han atrevido a llamar a este lugar Glorieta de la Gloria, que sería su apelación más exacta. No se trata de la Gloria celestial, con Dios, los ángeles y todos los bienaventurados flotando extasiados por allí. Es una Gloria política, a la que la mayúscula le viene un poco grande, que pretende exaltar el liberalismo económico, justificado por una filosofía positivista atemperada: la triunfante figura central está flanqueada por el Arte y la Ciencia. Este grupo escultórico, que a su vez formaba parte de una trinidad monumental, fue cincelado en Italia, pero el diseño es fruto del numen retórico de un afamado escultor catalán, Agustí Querol, al que le llovían tantos encargos que montó un taller en Madrid y supongo que nadó en la abundancia. El caso es que en 1905, esta grandilocuente escultura, con la figura alada que blande una corona de laurel y una hoja de palma, y sus dos acompañantes alegóricas, se situó en medio de otras dos con sendos Pegasos, acompañando a la Industria y a la Agricultura el uno, y a la Poesía y a la Sabiduría el otro, y todo el monumental conjunto se colocó en lo alto de la fachada principal del Ministerio de Fomento, hoy de Agricultura, en Atocha. Uno de estos caballos alados, con la Sabiduría encima y la Poesía a su izquierda, puede verse en el centro de la Plaza de Legazpi, muy cerca de allí, cruzando el río. Las Glorias pétreas también envejecen, y a partir de los años 40 se empezaron a desprender trozos bien gruesos de las estatuas, con la consiguiente posibilidad de que los inadvertidos transeúntes alcanzaran la Gloria celestial en un pis pas y sin previo aviso por aplastamiento inmisericorde. Para evitar homicidios gloriosos, el escultor oficial del régimen franquista, el autor de los Evangelistas del Valle de los Caídos, hizo unas réplicas en bronce, que deben pesar menos y aguantar mejor los efectos de la intemperie, y reemplazaron a los mazacotes alegóricos de Querol allá en lo alto del imponente edificio ministerial. Ahora uno de los Pegasos de piedra, el que aparece acompañado por la Industria y la Agricultura, se halla en paradero desconocido. Los otros dos grupos escultóricos del enorme conjunto se yerguen a ras de suelo, y los miles de conductores que los rodean diariamente bastante tienen con ocuparse del tráfico siempre denso como para fijarse en ellas. Lo que queda del pomposo escultor de Tortosa, que fue tan admirado y criticado en su época, ahora yace en una sencilla tumba en el madrileño Cementerio de San Justo. Es llegado el momento de terminar con la reflexión lapidaria por excelencia: "Sic transit gloria mundi", que viene aquí que ni pintada.