Amigos viajeros, permítanme transportarlos a un oasis en medio del caos citadino. Un lugar donde los olores del pan recién horneado y el ajetreo de las compras matutinas se funden en una experiencia casi terapéutica. Sí, estoy hablando del supermercado Santa Isabel.
A menos que te topes con uno de esos guardias amargados que andan buscando problemas, creyendo que eres un criminal solo por existir. En ese caso, prepárate para ser acosado y marcado como ganado con uno de esos ridículos sellos adhesivos.
Pero si logras sortear a esos bárbaros de la entrada, te esperan dos realidades opuestas. Por la mañana, los pasillos están más vacíos que un bar en un pueblo fantasma. Podrías hacer tus compras con la misma eficiencia con la que se tramita una operación bancaria.
Ahora, si decides ir por la tarde, será como regresar a la casa de tus padres cuando eras niño y todos tus parientes estaban ahí abarrotando cada rincón. Una multitud interminable haciendo fila interminable para pagar. ¡Hostias!
Pero no todo es un calvario. Tienen un sector de autoatención que suele estar más vacío que un desierto, con una amable supervisora lista para rescatarte si las máquinas deciden volverse locas.
Y hablando de rescates, su panadería no es la gran cosa, pero algunos panes como los de hamburguesa o completo son un deleite digno de los dioses. No solo llenan el estómago, sino que lo hacen con estilo.
Ah, y si eres de los que no discriminan marcas, puedes optar por los productos Cruisin sin remordimientos. Después de todo, ¿quién necesita etiquetas caras cuando el sabor es lo que cuenta?
Pero lo mejor llega los viernes, sábados y días festivos, cuando la música alegre invade el lugar, transportándote a esos momentos de felicidad desenfrenada que toda alma viajera anhela. De repente, ir de compras se convierte en una pequeña aventura musical.
Ahora, si eres de esos viajeros con movilidad limitada, mi consejo es: ¡Evita este lugar como la peste! A menos que disfrutes los laberintos infinitos, porque para acceder tendrás que atravesar todo el condenado supermercado después de un largo viaje en ascensor.
En resumen, Santa Isabel es un oasis urbano donde las compras pueden ser una tortura o un deleite, dependiendo del día y la hora. Pero si logras capturar su esencia en el momento adecuado, puede que termines amando este rincón repleto de olores reconfortantes y música que alegra el alma. ¡Es un mundo de contrastes, amigos viajeros! Pero al final, ¿no es eso lo que más disfrutamos?