En ocasiones, la vida moderna —con su vértigo de compromisos, alertas digitales y carreras contrarreloj— nos aleja de los placeres esenciales, como sentarse a una buena mesa, mirar a los ojos, conversar sin prisa y saborear los alimentos con conciencia. Por fortuna, existen lugares que nos recuerdan que el buen comer no es un lujo, sino una forma de vivir con plenitud. Uno de esos lugares es Aroma Roma, y su corazón palpitante es la chef Roberta.
Desde hace tiempo sigo a Roberta en redes sociales. Su estilo es cercano, didáctico y genuino. No es una "influencer" de cartón piedra ni vende una idea de cocina posada para la cámara. Ella es, ante todo, una portadora de la memoria culinaria italiana, una narradora de historias comestibles, una artesana del sabor. Y eso se traduce con claridad en el restaurante que lleva su impronta.
Llegué a Aroma Roma casi por impulso, sin mayor planeamiento, pero con la clara intención de dejarme sorprender. Lo que no esperaba era que la primera nota de sabor viniera en forma de sonrisa: Roberta, en persona, me recibió con esa calidez que solo tienen quienes aman lo que hacen. Su hospitalidad es real, sin protocolos huecos. Te hace sentir invitado a su casa, no a un restaurante.
El menú, extenso y bien estructurado, como un mapa sensorial. Desde las entradas hasta el café final, pasando por pastas, salsas reducidas con tiempo y respeto, platos que evocan domingos familiares, y una sección de postres que, aunque no sea de mis costumbres probar, resultan tentadores incluso para el más sobrio de los paladares.
Lo que más impacta es la calidad de los ingredientes. Se sienten vivos, frescos, elegidos con criterio. Nada en el plato es de relleno ni excusa para disimular lo esencial: aquí hay cocina con alma. El plato que probé —una pasta generosa en porciones, aromática y perfectamente al dente— me transportó a los almuerzos en la Italia en esos tiempos que anduve por allá, donde el tiempo parece detenerse entre sorbos de vino y el murmullo de la buena conversación.
La atención fue cálida, profesional, sin pretensiones ni artificios. Se nota un equipo bien coordinado, que trabaja con compromiso y sincronía. No hay rigidez, pero tampoco desorden: todo fluye. La chef no se esconde en la cocina. Sale, conversa, recomienda, despide con un abrazo si hace falta. Esa cercanía es parte de la experiencia.
El local es amplio, pero se siente íntimo. La iluminación es cálida, los colores evocan una trattoria familiar. No hay ruido artificial más allá buena música italiana a volumen que te permite conversar, ni pretensiones decorativas que compitan con lo que realmente importa: la comida y la conversación. Está ubicado en un barrio sereno, lejos del tráfago de los centros comerciales y las modas fugaces.
La relación precio-calidad es, sin exagerar, excepcional. No se paga solo por alimentos —aunque bien valdrían el precio por sí mismos—, sino por una experiencia, por el rescate de la autenticidad, por el calor humano de una chef que aún cree que la cocina es un acto de amor. En tiempos donde abunda la gastronomía estética y escasea la emocional, Aroma Roma es un refugio para el paladar y el alma.
No exagero al decir que ha sido la mejor experiencia de cocina italiana en San José, y quizás en Costa Rica. Aquí no se trata de réplicas estilizadas de platos clásicos, ni de marketing disfrazado de tradición. En Aroma Roma, se sirve historia, cultura, y sobre todo, un amor profundo por la cocina como ritual de encuentro.
Volveré, sin duda. Porque hay más sabores que explorar. Pero sobre todo, porque lugares así son los que vale la pena atesorar y compartir. Y porque una sonrisa —como la de Roberta— también alimenta.
“La cocina de verdad no se enseña, se transmite. Y Roberta no cocina para deslumbrar, sino para abrazarte con un plato...
Read moreI’m going to start saying there is more hype from their social media than anything else. The restaurant is not nice and it doesn’t have a nice atmosphere at all, its server was super rude and didn’t know much about the menu, he lacks of proactiveness and training from the owners. Now the food I can’t say it was bad but for the price you pay is not worth it at all. $20 for a carbonara which has no more than 50-60g of guanciale and not much pecorino either, also the quality of the pasta itself wasn’t the best one. The pizza is almost lame, like any other pizza you can eat anywhere, nothing special and crazy expensive. You compare their prices agains other pizza places and you realize is more expensive and the pizza particularly is not better for example: Riverside, Fuso, Kan, etc. Roberta the chef is a key component of the restaurant of course because she is Italian etc, but honestly the place is not memorable nor her dishes. Overrated basic Italian restaurant with high prices and low quality...
Read moreHay lugares que se descubren por casualidad, pero que se quedan grabados por siempre. Así fue mi visita a un restaurante italiano en Costa Rica, un sitio que conocí gracias a las redes sociales de su chef: Roberta, una mujer que, sin conocerme, logró transportarme con su cocina a un rincón íntimo de Italia, lleno de alma, historia y pasión.
Desde el momento en que crucé la puerta, supe que no era un restaurante cualquiera. El espacio era amplio, acogedor y elegante sin pretensiones, con un aire que invitaba a quedarse. La luz cálida bañaba las mesas de madera, y una melodía italiana suave, de esas que parecen flotar entre las copas de vino y las conversaciones, creaba una atmósfera casi mágica. Cada rincón parecía pensado para conectar los sentidos: el oído, la vista, el olfato, y sobre todo, el corazón.
Cuando llegaron los primeros platillos, el tiempo pareció detenerse. Cada bocado era un viaje, una carta escrita desde la tradición italiana y firmada por la creatividad de Roberta. Los sabores eran auténticos, profundos, sin artificios: el tipo de cocina que no busca impresionar con exceso, sino emocionar con verdad. La textura de la pasta, el perfume del tomate fresco, la sutileza del aceite de oliva, y un toque preciso … todo contaba una historia. Y cada historia hablaba de Italia, pero también de la sensibilidad de quien cocina con amor.
Lo que más me sorprendió no fue solo el sabor, sino la sensación de conexión. Roberta no estaba simplemente sirviendo comida: estaba compartiendo una parte de su identidad, de su memoria, de su tierra. Era como si cada platillo tuviera una emoción escondida, y mi paladar fuera el puente hacia ella.
La experiencia se completó con el entorno. El ambiente era un equilibrio perfecto entre lo elegante y lo familiar. La música —melancólica, bella, envolvente— me acompañaba como una banda sonora invisible, haciendo que cada momento se sintiera cinematográfico.
Salí del restaurante con una sensación difícil de describir: una mezcla de gratitud, nostalgia y plenitud. Sentí que no solo había comido, sino que había vivido algo. Había sido testigo de cómo la comida puede trascender el plato y convertirse en arte, en emoción, en recuerdo.
No todos los días se encuentra un lugar donde la gastronomía tenga alma, donde la tradición se sienta tan viva, y donde una chef como Roberta logre conectar con sus comensales de una forma tan honesta.
En un mundo lleno de imitaciones, su cocina me recordó lo que significa la autenticidad. Fue, sin duda, una experiencia única, profundamente humana y...
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