Hablo desde mi experiencia con el brunch vegetariano.

Llegamos al restaurante y lo primero que nos llamó la atención era la música atronadora y discotequera, nada apropiada para las 11 de la mañana. Estábamos esperando a que nos atendiesen cuando veo una cucharacha en la barra dirigiéndose hacia la comida. Interpelo a un camarero para ponerle sobre aviso, él se limita a darme las gracias, encogerse de hombros e irse.

Nos atienden unos minutos después, nos invitan a tomar asiento, toman nota sobre la bebida y, por suerte, hacen caso de mi petición de bajar la música, aunque sigue siendo desagradable. Al de 10 minutos el camarero aparece con sendas bandejas con nuestros brunch. Una copa de zumo de naranja, una tostada de guacamole muy sabrosa, un sándwich de piquillo, rúcula y queso que no merecía llamarse sándwich al tratarse de apenas dos tiras finas de pan de molde, unos huevos rotos de caserío bastante decentes, una brocheta de fruta con cacao, un muy rico yogur con granola y frutos rojos y una minúscula ración de tarta de zanahoria, todo acompañado del té que el camarero nos trajo después. Tras comprobar la web, vemos que nos dieron directamente el zumo de naranja a pesar de que deberían de habernos ofrecido opción a mimosa en su lugar. Salimos con los estómagos no demasiado llenos y una sensación agridulce.

La experiencia no fue del todo mala, pero sigue siendo el peor brunch que hemos comido en Bilbao y distaría de recomendárselo a nadie. Esperábamos un poco más del establecimiento.